En mayo de 2012, en su sala de estar en la población La Pincoya en la periferia norte de Santiago, Daniel Pizarro (1973-1975, Los Andes y Santiago) relató un incidente de septiembre de 1973. La semana antes del golpe, sus compañeros reclutas y él habían estado custodiando estaciones bencineras por la ciudad y escoltando camiones de combustible, montando sobre ellos con sus rifles. Por la mañana del 11 de septiembre se les dijo que las Fuerzas Armadas habían tomado La Moneda, y que cualquiera que no tuviese puesto un brazalete del color correcto –blanco por la mañana, salmón por la tarde– era un comunista y hombre muerto. Durante las semanas venideras, custodiaron los puentes de la ciudad durante turnos que duraban entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas. Un día, en uno de esos puentes, un vehículo de carabineros que transportaba a diez o doce extremistas se detuvo frente a Daniel y sus compañeros reclutas. “‘Extremistas’ le llamaban ellos”, explicó, “pero eran ciudadanos chilenos”. Un capitán dio la orden a los conscriptos de disparar, pero había un recluta que estaba al tanto de la Constitución y las leyes, recordaba Daniel, y se rehusó en nombre del grupo. El capitán les aseguró que ese día él era la ley, que estaban en guerra, y que los podría matar por desobedecer órdenes. Él podría disparar, asintió el mismo conscripto, pero tendría que matarlos a todos. El capitán se volteó y disparó a los “extremistas” con una ráfaga de ametralladora, casi partiendo a uno de ellos por la mitad. Todos murieron, algunos de ellos recién tras suplicar que los matasen debido a las horrendas heridas. Los conscriptos se quedaron con los cuerpos hasta la mañana siguiente.
Ese día pesó profundamente en Daniel. Describió que se le “grabó psicológicamente” y que era algo que había tenido que “guardar de por vida con mucho dolor, como en el interior”. Lo recordaba en su vida diaria, explicó, como la “pregunta fatal” planteada por amigos o incluso por sus propios hijos: “¿cuántos mataste?”. “Es como que tú cargái un peso”, comentó: “[…] como joven no lo mirabai así, hoy en día lo mirái, lo mirái, porque además entre comillas hoy en día, soy cristiano y sé que Dios da y quita la vida […] Es como un peso que tenimos nosotros y más se nos subió el peso cuando nos dijeron, se enfermó Pinochet y des- cubrieron que él tenía tres lingotes de oro.” El oro de Pinochet –una referencia al escándalo del banco Riggs en 2004 que involucraba al general, a su familia y millones de dólares en cuentas bancarias secretas–, se reflejaba en la mayor parte de lo que recordaba Daniel. Su memoria enfrentaba la idea que le habían contado de que él era un héroe que había liberado el país, ahora recordada con escepticismo, contra la contradicción actual entre sus propias incesantes dificultades económicas y la fortuna familiar de los Pinochet. Luego de abandonar el acuartelamiento, fue expulsado de su primer trabajo en el Ferrocarril Transandino tras nueve meses y comenzó a trabajar de manera informal en ferias libres. En 2012 aún trabajaba transportando y vendiendo fruta, y tenía acumulado un total de cinco meses de cotizaciones previsionales de toda su vida laboral. Daniel recordaba su período en el cuartel a través del prisma de la discriminación en el entorno laboral, la pobreza, su dificultad para criar y mantener a su familia, décadas de vivir en la población con temor a represalias y “la discriminación de [la pregunta] ‘que cuántos mataste’”. “He tenido harto problema”, explicó: “[…] de haber sido conscripto soldado del 73, yo no tengo nada para mi vida, para mi futuro de vejez, se me pierde mi futuro, se pierde, yo de haber hecho el servicio en 1973.”
El servicio era una “mancha” en su vida que tuvo un vuelco repentino y decepcionado con el caso Riggs y los dineros secretos de Pinochet: “Esto de los tres lingotes de oro, ah, psicológicamente a mí me mató, me mató […] fue una burla de unos jóvenes que un día se prestaron para servirle a la patria.” El desencanto personal de Daniel era parte de un momento social más amplio que ayudó a desencadenar el surgimiento del movimiento exconscripto. Este capítulo examina la convergencia entre los factores económicos, políticos, culturales, judiciales y corporales durante la primera década del siglo XXI que produjeron ese momento y dieron forma al movimiento exconscripto.
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