En 2012, rememorando su servicio militar obligatorio, Mario Navarro sacó su cédula de identificación de reservista y la puso sobre la mesa de la cocina. Estaba preparando el almuerzo en la casa de su hija, una vivienda aún inconclusa en Arica, en el extremo norte de Chile. Como parte de un programa gubernamental para suministrar viviendas de bajo costo, recientemente se habían construido filas de cáscaras de ladrillo y hormigón en la periferia norte de la ciudad, extendiéndose hasta la cercana frontera con Perú. En los días de escuela, Mario esperaba en una de ellas a que su nieta llegase a casa mientras su hija estaba en el trabajo. Casi cuatro décadas antes, había sido reclutado en el regimiento del ejército en la ciudad. Cada año desde 1900, se había convocado a una selección de jóvenes varones de la nación, mayoritariamente de origen desfavorecido, para cumplir su servicio militar obligatorio y, entre 1973 y 1990, cerca de 370.000 reclutas pasaron por los cuarteles de Chile. Mario formó parte de la “clase del 54”, cerca de veinte mil jóvenes varones nacidos en 1954 que fueron llamados a filas a lo largo del país, a comienzos de 1973. Estos reclutas recibieron entrenamiento militar en el relativo aislamiento del cuartel, mientras que en el exterior se profundizaba la crisis política que perturbaba a Chile. Mario había sido un conscripto durante alrededor de seis meses cuando las Fuerzas Armadas tomaron control del país el 11 de septiembre, y se le dijo que estaba en guerra. Recibió su cédula cuando fue dado de alta en 1975, después de su año de servicio que se amplió a dos.
Mario y su identificación de reservista dejan al descubierto las rupturas y el surgimiento de la memoria exconscripta. En el frente de la cédula hay una fotografía tomada justo antes de su alta, junto a su nombre, rango, especialización y regimiento. El niño de la foto, cuyo padre le había dicho que el servicio militar lo convertiría en hombre, evita mirar a la cámara. Marca un claro contraste con el cuasi sexagenario que habla abiertamente acerca de sus años de silencio, sus temores, temblores, problemas de salud y período de abuso de alcohol y drogas, mientras alinea las hierbas medicinales que acompañarán su comida. En el reverso de la identificación se encuentra impreso un listado simple de obligaciones, que incluye presentarse a la unidad más cercana en el caso de una movilización. La obligación de reenlistarse durante un conflicto ponen de relieve las descripciones de Mario con respecto a su ansiedad, durante toda la década de 1970, de ser vuelto a llamar para defender la frontera norte contra un temido ataque peruano, y sus constantes pesadillas de estar de regreso en el ejército. Su intranquilidad se debía en parte a su trabajo –que lo llevó a recorrer la zona y cruzar la frontera peruana– y en parte a un sentido de patriotismo autoconsciente que había filtrado relatos de las guerras decimonónicas entre Chile y sus vecinos a través de sus experiencias en el cuartel, la muerte de su hermano a fines de 1974 en manos de soldados que hacían cumplir el toque de queda y a los posteriores años bajo el régimen militar. Al igual que el recuerdo del servicio militar, la cédula nunca se extravió, pero pasó décadas escondida. Mario encontró nuevamente su cédula y comenzó a llevarla consigo aproximadamente en el período en que se involucró en la Agrupación Social de Ex Soldados Conscriptos 1973-Clase del 54.
Durante la primera década del siglo XXI, antiguos reclutas que habían servido durante la dictadura comenzaron a romper décadas de silencio. Los recuerdos del servicio militar bajo Pinochet se asomaban detrás de un deseo de olvidar; de los temores de ser marginalizados, reprendidos o enjuiciados; del abuso de alcohol y drogas, además de la vergüenza y confusión. Los exconscriptos se reunían por todo el país en juntas que comenzaron a nivel local e informal, funcionando inicialmente como redes sociales de apoyo y poco después como organizaciones formales. Particularmente a contar de 2006, las agrupaciones se formalizaron y solicitaron el reconocimiento para los antiguos reclutas como víctimas del régimen, indemnizaciones por las contribuciones y salarios impagos, al igual que daños y perjuicios por las consecuencias emocionales, de salud y financieras a largo plazo derivadas del maltrato físico y psicológico dentro del cuartel. Las asociaciones crecieron, se fusionaron y comenzaron a cooperar dentro de varias agrupaciones y coaliciones regionales y nacionales, a menudo coincidentes. En una década, cerca de 100.000 exreclutas –aproximadamente una cuarta parte de aquellos que completaron su servicio militar bajo Pinochet –se habían movilizado como parte de un “movimiento” vagamente cohesionado. Las asociaciones diferían en sus estrategias: la mayoría estaba representada por una de las varias coaliciones de nivel nacional que presionaba al gobierno para que aprobara leyes que brindaran beneficios a los antiguos reclutas; otros, sobre todo una red de agrupaciones encabezada por la Agrupación SMO en Santiago, recurrieron a los tribunales civiles por daños y perjuicios; y la Agrupación Ex Conscriptos 1973-1990 Puente Alto en Puente Alto (Agrupación Puente Alto) defendió su caso en el sistema de justicia penal. Más allá de las estrategias divergentes, el movimiento también se dividió por las diferencias personales de los líderes de agrupación y acusaciones mutuas de aprovechamiento, viéndose las posibilidades de cooperación práctica en constante inestabilidad. Sin embargo, a pesar de estas fracturas a nivel organizacional, los miembros de las agrupaciones tenían formas comunes de recordar la conscripción como una ruptura fundamental en sus vidas. Este libro historiza las narrativas compartidas de memorias del servicio militar bajo Pinochet que emergieron con el “movimiento” de exconscriptos del siglo XXI y revela cómo se libraron las guerras de Pinochet en el interior de los cuarteles chilenos entre 1973 y 1990.
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